Hacía una hora y un café que estábamos. Ya habíamos pasado los temas de rigor: Cuando y que habíamos sembrado, cuando y que íbamos a sembrar, precios, costos, márgenes, pronósticos climáticos y de mercado... No nos reconsiderábamos amigos, por lo tanto el apartado personal solo había durado un par de minutos y tenía un carácter mas bien de demostración de afecto que de cabal conocimiento sobre la vida del otro.
Nuestra mesa era, por lejos, la menos elegible del bar. La misma carecía de vista al televisor, estaba cerca de los baños y desde ella era imposible apreciar la entrada y salida del colegio normal y profesorado. Simplemente permitía ver el Ombú de la esquina de la plaza y el frente de la consignataria “Tierra Ganadera”.
Lo peor de la tormenta ya había pasado, pero seguía goteando con tal displicencia que daba a entender que, lo que de ahí en mas cayera, era de yapa. La lluvia en cuestión nos había juntado en el bar del club Atlético mucho antes del horario habitual, por lo cual no cabía esperar que apareciera ninguno de los muchachos, al menos por un rato.
En la mesa de al lado estaba el diario “La Región” edición de “vaya a saber uno que día” con los hechos mas destacados del pago en su primera plana: Inauguración de una canilla de agua potable en una plaza, victoria del “Sport” frente al “9 de julio” por la liga local, y la crónica de la visita del flamante secretario a la localidad...
Ahí me detuve. El copete, en negrita y entrecomillado rezaba: “Somos conscientes que el pequeño productor no puede competir con los grandes pooles”.
Alguna vez habíamos tocado el tema. Lo recuerdo bien porque a raíz de eso averigüé el significado del término “falacia”.
Sabía de sobra que mi interlocutor no era fácil de arrastrar a una discusión. Para lograrlo debería exponer sólidos argumentos y evitar lugares comunes o chicanas...
Junté coraje, alcé la mano, pedí una vuelta de café y arranqué...
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